Los cadáveres de 92 emigrantes fueron encontrados en la última semana
del mes de octubre de 2013 en Níger, en el desierto, a diez kilómetros de la
frontera argelina. Estas víctimas (7 hombres, 33 mujeres y 52 niños)
murieron de sed, cuando los vehículos, camino hacia Argelia, tuvieron una
avería. SHAFA, una niña nigerina de 14 años, sobrevivió a la tragedia y contó
su historia a la BBC. Os la traduzco. Hoy cedo la palabra a los santos
inocentes.
“Estábamos camino de Argelia para visitar a miembros de
nuestra familia. Éramos más de 100 personas en un convoy
de dos vehículos. Nuestro camión tuvo una avería. Se tardó
un día entero en repararla. Durante ese tiempo, el agua
comenzó a devenir cada vez más escasa. Conseguimos
encontrar un pozo, pero sólo contenía un poco de agua,
prácticamente nada para las muchas personas que éramos.
Uno del grupo bajó y extrajo apenas una pequeña cantidad de
agua. La tomó él y algunos más, pero el resto de entre
nosotros no pudo beber nada. Los conductores nos dijeron que
esperásemos a que otros fuesen a buscar agua. Pasó la
noche, también el día siguiente, pero aún no habían vuelto.
Entonces fue cuando la gente comenzó a morir. 15 de
entre nosotros murieron durante el segundo día sin agua. Los
cadáveres estaban en el camión, sin que nadie se acercase a ellos. En ese momento llegaron en un coche los que fueron a buscar el agua, Alhamdulillah (Gracias a Dios).
Llegó también la policía fronteriza argelina. Los
conductores, temerosos, se dieron media vuelta pues no
querían ser descubiertos. Nuestro viaje era ilegal. Nos
obligaron a escondernos en una franja. Allí pasamos una
nueva noche, la tercera noche sin agua. Una mujer comenzó a
quejarse y uno de los conductores la golpeó con un tubo de
acero. Muchas mujeres y muchos niños murieron en esa
noche. Los conductores guardaban el agua en bidones, pero
sólo la guardaban para ellos.
Después de aquella noche dimos media vuelta camino de
Níger huyendo de los gendarmes argelinos. No teníamos ni
una gota de agua. Estábamos en mitad de la nada, en un
camión que avanzaba lentamente y cada vez con más
cadáveres. Teníamos hambre. El camión se paró. Los
conductores retiraron los cuerpos pues el hedor era
insoportable. Los depositaron en el suelo, primero las madres,
después sus hijos debajo de ellas. No les dieron sepultura.
Luego nos dijeron que los que aún tuviésemos fuerzas
seríamos llevados a nuestros pueblos de origen.
Pero cuando reiniciamos la marcha el camión se quedó con
muy poca gasolina. Los conductores nos quitaron a la fuerza
todo el dinero que nos quedaba para ir a comprar el
combustible. Nos obligaron a bajar y ellos se fueron con el
camión en busca de gasolina. Ya no volvimos a verlos más. Los
esperamos dos días en el desierto, sin agua, sin comida.
Finalmente decidimos comenzar a caminar con las pocas
fuerzas que nos quedaban. Algunos coches pasaban. Les
hicimos gestos para que parasen, pero siguieron de largo. Uno
de ellos atropelló incluso a tres personas de nuestro grupo y
las mató.
Ya no quedábamos más que 8 personas. Cuando ya no nos
quedaban fuerzas, nos sentamos bajo un árbol. Allí murió mi
hermana. La enterramos. Después reiniciamos la marcha.
Pasó un nuevo día. Mi segunda hermana también murió. En el
tercer día fue mi madre la que falleció. Yo las enterré con mis propias manos.
Ningún coche que pasaba se paraba para socorrerme.
Entonces me dirigí a la sombra de un nuevo árbol,
abandonada a mi propia suerte y esperando la muerte. Pero vi
un vehículo a lo lejos. Me quité la camisa y la agité al aire
con gestos desesperados para que me viese. Esta vez el
coche dio media vuelta y se dirigió a donde estaba. Se paró.
El señor me preguntó que me había pasado y yo le conté
todo. Me dio un poco de leche y unas tortas de arroz. Comí
algo, pero el estómago no admitía mucha cantidad. Después
me preparó una buena taza de té y noté que recuperaba las
fuerzas. Luego me condujo en su coche a Arlit (ciudad más
importante del norte de Níger, en pleno desierto) donde pude encontrarme con mi abuelo.
|